Category: Holloway

Dowland: Lachrimae, or Seaven Teares

El concepto del consort de violas da gamba era ya antiguo en el continente, pero nunca antes había aparecido en Inglaterra: Instrumentos en varios tamaños para tocar música polifónica, imitando las tesituras varias de un conjunto vocal, aptos para la experimentación musical. La colección de siete pavanas (en principio una danza procesional solemne, dominante en el reinado isabelino) a cinco partes y laúd fue terminada y publicada en Londres en 1604 aun cuando John Dowland llevaba una década trabajando en diversas cortes de Alemania, Italia y Dinamarca.

La serena belleza de Lachrimae or Seaven Teares habla por sí misma, pero también desprende variadas preguntas: ¿Porqué siete? ¿Cómo están relacionadas? ¿Están concebidas para ser interpretadas como un ciclo? ¿Cuál es el significado de sus títulos latinos? ¿Se relacionan con su carácter musical?

Salvo la primera –que alberga el emblema de las lágrimas (las cuatro notas cayendo: la-sol-fa-mi) de la canción “Flow my tears”, la pieza instrumental más popular en toda Europa por entonces–, el resto de pavanas fueron creadas expresamente como un ciclo de variaciones, acumulativo en su efecto y con requerimiento de ser interpretado en secuencia. Las pavanas están enlazadas por referencias cruzadas tanto melódicas como armónicas, y elaboran un espiritual y coherente programa sobre la melancolía religiosa, la pesadumbre y la desesperación, es decir, el concepto isabelino de la Caída del Hombre: Desde un estado de tranquilidad en las esferas celestes (las arcaicas y estáticas pavanas 1-3); la expulsión del Paraíso (pavana 4, que hace de eje central del ciclo, a partir de la cual los desarrollos musicales aparecen); el doloroso proceso de aprendizaje (experimentación en pavanas 5-6); y al fin, recuperación del estado previo de felicidad, la iluminación y la sabiduría, todos los pecados perdonados: la última pavana, más variada que las precedentes, parece resumir y recapitular el ciclo, recogiendo citas y variantes de los motivos que lo nutren.

Dowland personaliza completamente el estilo del consort de violas: No solo utiliza ocasionalmente progresiones e intervalos melódicos desconocidos, sino que además explota el mantenimiento en el tiempo de las disonancias. Suspensiones, relaciones falsas y choques temporales son combinados en una textura musical de extraordinaria intensidad. A pesar de la escasa variedad en la estructura, la persistencia de la misma clave básica y el limitado rango dinámico de los instrumentos, el arte delicioso de Dowland arrastra al oyente de principio a fin.





I Lachrimae Antiquae
Muchas de las grabaciones utilizan el mismo planteamiento de consort de violas y laúd, pero comparaciones entre ellas revelan cuanto se ha evolucionado en la disposición de los instrumentos, encordado y manejo del arco, afinación, vibrato, articulación y ornamentación. 01 En 1957 Dennis Nesbitt dirigió la agrupación de violas The Elisabethan Players (2 sopranos, 1 tenor y 2 bajos) con la expresividad apoyada en un fuerte vibrato y las cadencias ornamentales interpretadas al virginal. Tristemente se omitieron las repeticiones así como la pavana Lachrimae Coactae. El sonido, procedente de vinilo (Pye), es obtuso.





Para la primera grabación completa de las LachrimaeAugust Wenzinger condujo el Schola Cantorum Basiliensis Viol Quintet (1.2.2), de textura más oscura que la anterior, todavía inundada de un vibrato que no templa la visión fría y poco empática, de fraseo uniforme y de dinámicas sin matices. Wenzinger, pionero en estas lindes de los instrumentos originales, grabando incluso en los años 30, interpreta él mismo la viola soprano. Grabación muy cercana que recoge la digitación de los músicos y pequeños desajustes en afinación y tímbrica (DHM, 1962).




II Lachrimae Antiquae Novae
La década que separa las grabaciones de Anthony Rooley (L’Oiseau Lyre, 1976) –al frente del Consort of Musicke (2.2.1) supone un paso adelante en pos de la claridad con la eliminación del vibrato, aunque todavía existe el miedo a realizar algo anacrónico y la interpretación suena algo inhibida, con unos tempi constantes para todas las pavanas– y Jakob Lindberg (Bis, 1985) fue tal que los intérpretes de música antigua se distanciaron de la impasible reverencia anterior, encontrando que unas medidas de rubato y calor expresivo beneficiaban a la ejecución y le otorgaban un semblante más humano. Las violas del Dowland Consort (en configuración diversificada que recoge toda la familia: treble, tenor, small bass, consort bass, great bass) demuestran un sónido más fértil, más certeramente afinado y en ejemplar equilibrio. Primera versión adecuadamente historicista, a un tono inferior (la = 396Hz) de la afinación moderna que remarca las texturas grises, serenas, profundas. La constante reconfiguración del motivo de las lágrimas y la pronunciada enfatización de los deambuleos armónicos en todas las segundas secciones imprimen un sentido de viaje musical por el ciclo; la paradoja es que tal percepción no se advierte por las novedades, sino por el contrario por los ligeros y diferentes matices en las repeticiones de formas conocidas. El libreto aporta la colocación de la pareja de micrófonos en el centro del semicírculo que forman los intérpretes y que fue capaz de cristalizar una atmosférica imagen estéreo, con el laúd de nueve órdenes a menudo sumergido en la corriente de las violas, y audible solo en las cadencias decorativas.


III Lachrimae Gementes
Jordi Savall recoge y propulsa el significado del título subrayando los motivos expresivos: Livianas progresiones dinámicas en los fraseos como doloridos placeres, pasos ponderados y deliberados tensan una lentitud mística que aporta embeleso, encantamiento, y un solemne y carnoso colorido. A este respecto, escúchese por ejemplo como en el pasaje declamatorio de la sección II de Antiquae(cc. 12-14) la repetición de frases cortas en cada una de las cinco partes se traduce en una textura de gran riqueza. La línea de la melodía posee una cualidad cantarina, adornada con sutilísimas ornamentaciones a cargo del autididacta conocimiento de Savall. La nómina de la agrupación Hesperion XX es extraordinaria: Coin, Pandolfo, Casademunt, Duftschmid. El protagonismo del laúd a cargo de José Miguel Moreno se integra perfectamente equilibrado (es decir, artificialmente equilibrado: en directo el laúd queda sepultado) con los planos de las diferentes violas (1.1.3). Es de lamentar en el disco (como en otros casos) la arbitraria ruptura de la secuencia de pavanas ya que al intercalar otras piezas se pierde completamente la unidad formal y el sentido conceptual del ciclo. La grabación (Audivis, 1987) podría ser más transparente pero no más voluptuosamente tóxica.




IV Lachrimae Tristes
Dowland dota de significado y atmósfera a dicho título por medio de inestabilidades armónicas, falsas relaciones, suspensiones y afiladas disonancias en las dos primeras secciones. Todo ello apreciable gracias a la íntima y gentil textura de Fretwork, más ligera que la de Lindberg o Savall, capaz de delinear con nitidez todos los trazos, como las preciosas figuras que van cascadeando en la segunda sección de Gementes (cc. 12-14). Los tempi, más breves y de gran fluidez rítmica (Coactae), parecen sin embargo encajar a la perfección con la palidez interpretativa que no obstante también contempla leves decoraciones en la línea del cantus. Toma sonora seca y detallada, de perspectiva cercana (Virgin, 1987).



V Lachrimae Coactae
La más compleja en escritura, con abundantes e intrigantes síncopas que podrían relacionarse al título (un proceso alquímico de mezcla forzada de dos elementos opuestos) nos va a servir para recopilar las versiones iconoclastas. The Parley of Instruments emplea el conjunto de cuerda estándar a finales del Renacimiento, es decir, un violín, tres violas y un bajo, posibilidad alternativa que Dowland considera en la portada de Lachrimae como “violons”, a saber, la familia de los violines. Dado que en las pavanas la tesitura es demasiado baja se adopta la solución de transportarlas una cuarta siguiendo la práctica italiana que distingue entre instrumentos de diapasón alto o bajo. Peter Holman ha confesado posteriormente que el grupo encontró dificil incluso este recurso, ya que las violas tenor y quintus pasan la mayor parte del tiempo tocando en las cuerdas graves. La diferencia de texturas es muy notable, aunque no menos apta para la intensidad desgarrada y tirante de la ejecución, un doloroso ensayo de disonancias como el chirriante acorde de dominante de séptima en el c. 7 de Tristes, o el repentino y efectivo de Si bemol en Verae(c. 4). Distante y transparente toma sonora (Helios, 1992).





En esta sección inconformista también cabe la anacrónica versión que translada la corte isabelina al Barroco centroeuropeo. Una Musica Antiqua Köln reducida a 5 partes (violín, viola I-III, violoncello) de líneas espesas que desembocan pulposamente en una linda contradicción de quinteto, cuya libertad expresiva también se despliega en las dinámicas. La omisión del laúd merece comentario aparte: Reinhard Goebel propugna su exterminio dado que está básicamente confinado a doblar las cuerdas (excepto en los patrones rítmicos y florituras ornamentales en los compases finales de las secciones, aunque es fácil imaginar a Dowland embelleciendo las repeticiones). Algo que (para mí) desmiente la innovadora primera edición, con todas sus partes dispuestas en el mismo folio pero distribuidas en diferentes sentidos, para que cada intérprete tuviera su línea visible mientras el grupo se sentaba alrededor de una mesa con el volumen en el centro. Aparte que los últimos compases de la obra quedan desolados sin la labor del laúd, transmitiendo un mensaje de desesperanza en la redención. La grabación define con equilibrio las líneas internas  (Vanguard, 1998).





Rolf Lislevand (Linn, 2002) avanza un paso más que Goebel en su extemporaneidad y destina catorce instrumentos de cuerda (6 violines, 4 violas, 2 cellos, un violone y una viola da gamba -e incluso una sorprendente flauta- denominados como Norsk Barokkorkester) divididos en grupos de concertino y ripieno, al modus operandi del concerto grosso aprovechando la estructura tripartita de las pavanas, cada una con tres frases de ocho compases. La corpórea densidad del sonido resultante paga su penitencia y los planos interiores quedan difuminados. Articulación rompiente en tempi personales y ligerísimos que ensalzan el elemento rítmico como en la fluida sección II de Coactae, notable por sus audaces y huidizas armonías y por el pasaje cromático en el Bassus.





Rizando el rizo, John Holloway interpreta a su antojo y sin base documental la frase introductoria de Dowland “set forth the Lute, Viols or Violons, in five parts” como “for the Lute, or for Viols, or for Violons” omitiendo la escritura del laúd e instrumentando la obra para cuatro violas barrocas y bass violín, todos ellos da braccio; pese a que no se ajusta al requerimiento básico renacentista de tres tamaños de instrumentos, en la práctica funciona correctamente, con una definida separación entre líneas. La afinación original (la = 415Hz) resulta en un sonido muy oscuro, aunque las partes tenor y quintus no parecen tener problemas con la tesitura baja. Si bien la diferenciación de tempi es escasa las pavanas son caracterizadas sutilmente, ya que la falta del componente rítmico que aporta el laúd resulta en mayor delicadeza melódica y austeridad en las cadencias, algunas de las cuales son adornadas por una viola. La soberbia grabación emplea multitud de micrófonos (ECM, 2013).



VI Lachrimae Amantis
Romina Lischka, apasionada de la música clásica hindú, opta en esta primera grabación del Heathor Consort por un movimiento constante, calmo y sensible sobre la célula temática ubicua de las lágrimas, resbalando lentamente y ralentizando los tempi hasta casi la suspensión (Tristesen 5:26). Intercambio de frases gentil, transparente, el contrapunto finamente dibujado, suavizando los choques armónicos. Vaporosas gradaciones dinámicas, respiración común y sonido homogéneo (a pesar de preferir dos violas sopranos, se aprecia un barnizado sombrío que da el violone) que inevitablemente desplaza sónicamente al reticente laúd. Esta lectura es quizás la que mejor combina melancolía y religión en la alegoría de la inocencia perdida. En la sección final de Verae el atareado movimiento interno en la escritura se apacigua, su mágica progresión armónica casi inmóvil, y los últimos cuatro compases se desarrollan con gran simplicidad, con solo un acorde en cada uno, en un efecto hipnótico y esencial: Dowland imparte al oyente su esperanza de salvación (musical). Calidez ambiental de la toma sonora (Fuga Libera, 2013).



VII Lachrimae Verae
Las pavanas son literalmente “passionate”, según la denominación del autor: Phantasm (Linn, 2015) formula un planteamiento emocional por cuanto no teme emplear el contraste dinámico, la flexibilidad en los ritmos, o la articulación angulosa: los ásperos acordes en Si mayor en Gementes, la desenfrenada urgencia en Novae, la sublime tristeza en la apertura de Tristes, algún atisbo de expresivo vibrato (cc. 6-7 de Amantis). Algunas repeticiones, secciones e incluso Lachrimaefluyen en otras sin pausa, comunicando certeramente el sentido cíclico. Destaca entre el conjunto entero de pavanas por su vehemencia emotiva el sobrecogedor pasaje declamativo del comienzo de la tercera sección de Gementes (cc. 17-19) unido al cambio en la dirección armónica. El equillibrio sonoro parece cercano al de un concierto en directo: el laúd se mantiene a duras penas sobre la orfebrería de las líneas entrelazadas, de preferencia por las voces medias (1.3.1).


Heinrich Ignaz Franz von Biber: Passacaglia

En general los nombres de los virtuosos del período barroco que conocemos son italianos: Corelli, Torelli, Geminiani, Vivaldi, etc., pero probablemente, su mayor violinista fue germánico: Heinrich Ignaz Franz von Biber (1644-1704). La fundación de la Fraternidad del Rosario en Salzburgo en 1676 hace plausible la composición en este contexto de las 15 sonatas dedicadas al Misterio del Rosario. Si bien no se ha documentado la pertenencia a ella del compositor, en esta fecha añadió sus dos nombres centrales –Ignaz y Franz–, los nombres de los fundadores del movimiento jesuita (Ignacio de Loyola y Francisco Javier).
Aunque el rezo al ángel de la guardia sigue al Rosario en los devocionarios católicos de oración, la Passacaglia en sol menor está indiscutiblemente fuera del ciclo (a diferencia del resto del corpus el violín toca a solo y está afinado normalmente e incluso puede considerarse la hipótesis del reaprovechamiento de una obra anterior), y es precedida en el manuscrito por un grabado de un ángel llevando de la mano a un niño. Sin tratar de ser dogmático, sino de añadir o apuntar posibilidades, habría que destacar que, además de músico, Biber era una autoridad pública en retórica, por lo que la obra, sin ser estrictamente programática, puede tener un simbolismo más o menos hermenéutico, en el que el ostinato podría alegorizar con la guía permanente e inmutable del ángel, siendo las variaciones representación de los juegos vitales del niño.
La elección de la forma passacaglia y el tema tetracordio descendente indica el uso deliberado de la fórmula más temprana de la música barroca: desde la tónica a la dominante en el modo menor (sol, fa, mi-bemol, re) es presentado como un ostinato de estática simplicidad, que se repetirá 64 veces por toda la pieza: después de las primeras treinta en la octava grave (donde es tratado como una línea de bajo), en las siguientes quince aparece una octava por encima (mientras el contrapunto desciende a la parte baja); tras una pausa, en las últimas veinte regresa a la zona grave. Este patrón es el tradicionalmente asociado a la passacaglia italiana, pero también es la primera línea del himno contemporáneo ”Einen Engel Gott mir geben” (Dios, concédeme un ángel). Sin embargo, la estructura general de la obra se distribuye en cinco grupos (además de una introducción y una coda) delimitados por el retorno monódico del ostinato. La emoción surge a partir del furor por la exploración técnica, la construcción en secciones que alternan acordes y arpegios, la omnipresencia de la danza, el estilo improvisatorio que incrementa progresivamente la intensa textura rítmica. El buen sentido compositivo y la intuición violinística aseguran el mantenimiento de la tensión, y el descubrimiento de nuevas posibilidades alterna con el retorno al tema simple. Biber emplea en su desarrollo cada posible técnica concebible en la violinística contemporánea: pasajes a doble y triple cuerda, octavas rotas, trepidantes escalas ascendentes y descendentes, figuras arpegiadas, saltos con el arco, posiciones tan altas cómo la séptima, incluso la escritura a tres voces. Sin embargo, no hay nada superficial en el resultado, ningún reto atlético para virtuosos, Biber sitúa todos sus efectos al servicio de la música, con un resultado tanto dramático como espiritual. En conclusión, en la magneficiencia de su concepción polifónica, la exploración armónica y contrapuntística, y los avances en la técnica violinística, puede ser considerada como la precursora directa de la Chacona de Bach.

Tras los tempranos y heroicos de Max Rostal, Susanne Lautenbacher (Voxbox, 1962) –sin la pausa necesaria para remarcar los momentos dramáticos–, y Eduard Melkus (DG Archiv, 1967) –vibrato fuera de estilo, tempo ligerísimo que acaso conlleva pérdida de identidad–, el sonido ácido de Franzjosef Maier (Deutsche Harmonia Mundi, 1983) descubre la verdadera dimensión de esta obra; puede que la afinación no sea un modelo de perfección, y quizá tampoco la monocorde línea dinámica esté en línea con el actual modelo historicista barroco, pero se muestra acerado y desolador en las pausas, y emplea una articulación stacatta, afilada y cortante sobre un violín firmado por Michael Achner de 1746.

Tan meditativo, sentimental e introspectivo resulta John Holloway (Virgin, 1990), en su contención elegante y formal (cobarde?), y en el tempo regular al que acude en cada repetición del motivo ostinato, sólo parece desembocar en belleza en la sutil resolución final. Cómo decían los románticos falta ese “no se qué”, sin el que la música no es más que una sucesión de sonidos, y me descubro (horror) pensando en otra cosa. El registro recoge perfectamente la atmósfera del monasterio suizo donde se efectuó la grabación, pero es demasiado distante respecto del violín, perdiendo y emborronando el detalle.

Reinhardt Goebel (DG Archiv, 1991) declaraba en una entrevista que esta música le afecta en el plano sexual (!) Quizá por ello en una primera escucha el tempo (objetivamente vivo) parece reclamar mayor angustia, pero en el ritmo implacable, la sensación de desgarro interior, de culpa, sale a borbotones. El lirismo expresivo, la fantasía poética, los fuertes contrastes y colores, el sentimiento conjunto de danza y drama, enfatiza la interpretación y no la técnica, siendo ésta increíble: vertiginoso, no sólo por su velocidad, sino por su aterciopelado sonido. La articulación es ligera, ágil y variada, el fraseo perfectamente puntuado, apasionado, mientras acordes bruscos marcan claramente cada final de sección. Acústica cristalina, precisa y pulida de estudio, velado y suculento el sonido del violín, recogido tan cercano que se escucha gemir la madera de la caja. A otro nivel.

Descarto las consecutivas grabaciones de Gunar Letzbor (Arcana, 1996); Catherine Mackintosh (Chandos, 1997) a los mandos de un violín Mariani fechado en 1670, y por tanto estrictamente contemporáneo de la obra y del que extrae un bonito timbre, si bien la visión es metronómica, casi industrial; la flojucha version debida a Marianne Rônez (Winter & Winter, 1998); la lectura dramática de Walter Reiter (Brilliant, 1999) técnicamente no impecable, con un sonido desigual; y Rüdiger Lotter (Oehms Classics, 2004) inseguro en la entonación. Sin embargo hay que destacar la de Alice Pierot (Alpha, 2002) íntima, sensible, y reflexiva, con sus sutiles roces en las cuerdas, que dan sensación de espontaneidad, de interpretación en vivo, de batir de alas.

Se puede considerar a Pavlo Beznosiuk (Avie, 2003) el campeón de la serenidad, evitando los contrastes dramáticos y moderando el uso de las dinámicas, en busca de una humanidad audaz y fervorosa que tiende a amenazar la estructura arquitectónica (e inquebrantable) de la obra. En efecto, esta calma puede desembocar en docilidad y palidez, pasando a ser criticable la carencia de fantasía y el continuo legato. Excelente técnica (qué fantásticas semifusas) sobre un violín alemán circa 1690 del que extrae un sonido suave y meloso, sin vibrato. Antes de la passacaglia, el actor inglés Timothy West lee un texto sobre “The method of saying the Rosary of our blessed Lady as it was ordered by Pope Pius V and it is said by the sodales of the rosarie, in the english-benedictin college of S. Gregories, at Douay”, donde el exceso de resonancia perjudica su comprensión.

La afinación impecable de Andrew Manze (Harmonia Mundi, 2003) soporta una visión de inspiración devocional que apunta hacia los aspectos más abstractos y metafóricos de la música, hacia su corazón espiritual; más que meditada o reflexiva, diríamos que contemplativa, monástica e incluso litúrgica. Esta austeridad, temple, sobriedad, puede ser criticada como metódica, académica, centrada en lo técnico (protestante) más que en el lirismo (católico) de la obra. Para culminar oficia el rito con un ascético Amati, ca. 1700 al que a veces lleva a la estridencia en una toma sonora de gran cercanía, espacial, y con mordaces armónicos.

El rasgo propio de la lectura de Monica Huggett (Gaudeamus, 2004) es la desconcertante inclusión de una cadencia propia (tras el compás 91) que a mi humilde entender no encuentra su lugar en una obra tan racional como ésta. No obstante, la versión se recomienda sola: nunca los acordes han sonado de manera tan transparentemente arpegiados y aéreos, su naturalidad expresiva e inteligente, imaginativa y extrovertida en el detalle y color, e introspectiva en el acentuado acercamiento narrativo (concepto éste básico del barroco), la calmada diferenciación de las notas con mayor peso en la composición (en la conversación), el embeleso en la suavidad tímbrica, la optimista, secular, fluída ligereza de arco y su articulación aserrada, el amplio rango dinámico, la flexibilidad de tempi… Todo ello conjuga una de las versiones imprescindibles de la obra.

El carácter emocional de la apasionada lectura de Riccardo Minasi (Arts, 2006) nos trae el triunfo de la articulación ligada, los trinos y las dinámicas acentuadas, en fin, los contrastes de todo tipo (dinámicos, rítmicos, dramáticos). Este estilo narrativo, de mediterránea exuberancia ornamental, al límite de sus posibilidades sonoras (orquestales, colorísticas, texturísticas) y expresivas, lleno de empuje, diferencia cada variación (llegando al pianissimo en una ocasión para rescatarlo de los abismos) y a veces enfatiza el vibrato, con un sensible uso del rubato sin perder de vista las líneas maestras del edificio. Excelente la grabación, recogiendo con naturalidad y cercanía la bella sonoridad del Amati fechado en 1627.